JOSUÉ
ALMANZA

Lo más complicado viene cuando se trata de hablar de mi inspiración y mi persona. Al momento de definirme, de escribir sobre mí, resulta más sencillo hablar de lo que no soy, de mis ausencias, de mis fantasmas. Escribo, pero soy un hombre de teatro. Actúo, pero invierto mis noches escribiendo sobre personas que no existen, que me hubiera gustado conocer, amar. Mi escritura habla de la pérdida –de mis pérdidas-, de la melancolía –mí melancolía-, de la transformación –mi constante proceso de extinción y renacimiento-. Mi escritura es política, transgresora, burlona, ofensiva, directa. Y poética, por supuesto. Mi paladar siempre prefirió los sabores fuertes, concentrados, explosivos. Mi prioridad es mi entrenamiento crítico y reflexivo, la observación, la meditación, el estudio de técnicas de ataque a nivel discursivo.  ¿Por qué? Porque hoy más que nunca el filo del escritor debe herir la censura y convertirse en aliento. Los golpes de guerra y violencia en mi país se sienten en mi cuerpo, se sienten en mis palabras. Pienso la literatura como un proceso de búsqueda y un medio de sublimación, y uno pensaría que las letras lo vuelven todo más fácil, pero es lo contrario. Es difícil hablar del dolor cuando lo has experimentado, y es difícil hablar de libertad cuando te han callado. Sin embargo, el ímpetu y justicia son tercos y distingo mi ansiedad frente a un Estado que asfixia la cultura, frente a las masas domadas por la ignorancia, y es entonces donde todo empieza a cobrar un sentido. Finalmente creo que mi identidad artística se compone de fantasmas, de espejismos, de pretensiones, de memorias. Estoy suspendido mirando el mundo de vorágine y siento la necesidad de generar un cambio. Por ello mis historias deben ser extraordinarias, anormales, radicales, como una especie de fractura a la cotidianidad. Porque el dolor de condensa y se vuelve inspiración y pensamiento sensible. La imaginación sana. Hoy confío en que la consciencia es un camino a la felicidad.